Compartimos con uds querid@s amig@s cossettinian@s la carta que Olga escribiera al diario "Tiempo de América", la misma es aportada por el maestro Luis F Iglesias a la edición nº 78 Año 9 de la revista Novedades Educativas de junio de 1997.
1º de octubre de 1956
Estimado Señor Director:
En su carta me pide Ud. que escriba "cómo hacer que la educación llegue de modo integral a los niños de los pequeños poblados" y yo pienso también en los pobrecitos niños de los grandes poblados...¿Se ha fijado Ud. que en la Capital Federal las escuelas han debido crear tres turnos de tres horas cada uno, para dar cabida a todos los niños en edad escolar?.
Tres turnos de tres horas en el mismo ambiente, sin tiempo de ventilación ni de limpieza.
¿Cree Ud. posible que los maestros pueden hacer educación integral en tan reducido tiempo?
Es cierto que el niño del gran poblado tiene, fuera de la escuela, otros medios donde contemplar su educación, en el buen y en el mal sentido. La calle, por ejemplo, dinámica y poblada de intereses, atrae poderosamente al niño. Yo lo he visto remontar un barrilete y darse mañana para enhebrarlo en los cables de la luz y hacerlo pasar sin tropiezos, o desprenderlo de un árbol sin hacerle un rasguño y lo he visto también jugar a la pelota y escurrirse con la agilidad de un gato por entre los vehículos y los tranvías en movimiento. Lo he observado con su mirar curioso frente a las vidrieras o atento seguir el movimiento de una grúa, el atracar de un barco o totalmente abstraído ante el desarrollo de un film.
El niño de los pequeños poblados tiene en cambio un mundo limitado. Si es en pleno campo, va a la escuela a caballo, en sulky o de a pie, recorriendo siempre el mismo camino polvoriento en medio del campo que solo tiene para él tres colores: el verde en primavera, el amarillo seco en invierno y el negro de la tierra recién abierta.
Casi siempre, ese niño del campo va a la escuela después de haber madrugado, ensillado el caballo, encerrado la vaca para el ordeñe, y hecho otros quehaceres que en el campo no se acaban nunca. Ese niño llega cansado a su escuelita. ¡Cómo le gustaría que lo dejasen jugar o que la escuela fuese más acogedora...! Ese niño quisiera que su maestro se dedicase a él, que le enseñara a mirar y a conocer ese mundo grande y extraño, ese mundo de las cosas que "viven" y que él todavía es incapaz de comprender.
A ese niño campesino le aburre la escuela, porque la escuela se empeña en enseñarle cosas que no le interesan.
En cambio, recuerdo el emocionado regalo de los niños campesinos a los maestros que aman; una diminuta botijita de miel de avispa cuidadosamente desenterrada, una araña viva - metida en un frasco o una lata -, un canastito de "colas de zorro" lleno de flores del campo, una mariposa de colores vivos, un manojo de espigas maduras...
Me preguntará Ud. cómo lograron esos maestros el amor de sus niños, pues bien, la respuesta es sencilla; para esos maestros, el niño campesino no es un ser extraño, y la escuela es un refugio poblado de vida...Aquí está el pequeño vivero de los insectos: una crisálida verde de orla dorada ha dado nacimiento a una mariposa. Un libro ilustra y explica la vida breve de este bello ejemplar.
En otro rincón están los sencillos útiles para las experiencias, un lupa, tubos de ensayo, una lamparita de alcohol..., ¡qué mundo de cosas maravillosas! Han extraído el colorante de hojas y flores y han teñido lanas, han quemado tierra y comprobado con sorpresa que en ella nada germina, miran con ojos de asombro cómo el gusano de seda hila su capullo...Esos maestros les cuentan los viajes maravillosos de Marco Polo, Magallanes y el Kon Ti ki... ¿Cree Ud. posible que ese niño no ame a su escuelita y no encuentre corto el camino para llegar hasta ella? Cuando, terminada la tarea, el maestro se va, ese niño campesino se queda mirándolo hasta perderlo de vista.
Con frecuencia, esos buenos maestros reúnen a los padres después de la clase o en un sábado por la tarde y los padres van contentos, como quien asiste a una fiesta, conversan con el maestro y juntos proyectan mejorar el material escolar, pintar el aula, arreglar los bancos y poco después, parece cosa de milagro, se escucha un canto de martillos y sierras y risas alegres, porque los padres también aman la escuela de sus hijos.
Toda la escuela rural argentina necesita de maestros como éstos que conocí en medio de la soledad del campo que ellos poblaron de cantos nuevos.
La escuela rural argentina debe ser capaz de transformarse en el hogar común de los niños y de los padres. Pero no quiero hacer moralejas.
Terminaré por hoy contándole una breve anécdota. Ocurrió que, pasados unos años, un buen maestro campesino recibió de un ex alumno, puestero de una estancia, una carta que decía así: "Estimado maestro: El domingo voté por primera vez y me acordé de Ud. Lo saludo. Juan Zanabria".
Saludo a Ud. señor Director muy cordialmente
Olga Cossettini
Diploma que recibió Olga el 1º de diciembre de 1914 |
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