"Le dábamos al niño oportunidad de manifestar sus
ideas y realizar sus experiencias en una actividad disciplinada, en la cual las
propias dotes del maestro desempeñaban un papel de gran importancia. El maestro
era una presencia cálida y alerta. Estas relaciones de amor hicieron posible el
gozo del trabajo y la satisfacción de la realización.
Del mundo circundante tomábamos la materia prima y la
transformábamos sin olvidar que la gracia es un don natural del niño.
Fomentábamos su crecimiento con un entrenamiento unificador de los sentidos y
lo ejercitábamos para la vida; el saber, el sentir y la autorrealización,
identificándolos con el propio ser. La armonía nacía de la unificación de todos
los elementos, y del acorde entre la necesidad afectiva y la posibilidad de
expresión y de realización.
Los escucho y pienso: ¡qué fácil es dar información y
conocimiento! Hacer seres sensibles y capaces de acción solidaria es más
difícil, más lento y trascendente.
Las materias ni tienen un límite artificioso y convencional.
Estas vivencias se ordenan, tienen cohesión y se estructuran. Las impresiones y
las sensaciones, los diálogos y todo ese maravilloso mundo de imágenes tienen
olor de aire abierto.
El lenguaje se hace plástico. La expresión es el
dibujo y el color y son los interrogantes que el niño se formula en presencia
de ese microcosmos que va descubriendo.
Es un lenguaje vivo y comunicativo.
El juego puede ser arte.
El niño advierte, en el mundo que lo rodea,
relaciones de orden y de belleza.
El hábito de observar, de detenerse frente a detalles
fundamentales, de dialogar, no se improvisa. Es el resultado de toda una
disciplina iniciada desde el momento en que ingresan en la escuela.
El mapa que el niño hace y crece con el conocimiento,
como un rostro sensible donde cada rasgo tiene sentido, dice “algo”. Las
llanuras, las montañas, el curso de los ríos, el nacimiento de las ciudades, el
hombre y el medio natural y social, la historia de esos hombres, todo es el
país: la Argentina.
El amor por la belleza no se cierra en los límites de
una materia.
Toma todo el desarrollo mental del niño, integra los
sentidos, es una actividad constructiva. Se ordenan los elementos dispersos, se
busca el acorde de esos elementos.
El arte es un lenguaje, una forma de hablar. Según quien
lo habla, y en qué época, el lenguaje cambia. Nada escapa al cambio de este
lenguaje: escultura, música, poesías, literatura y también las lenguas.
¿Cuál fue mi punto de partida?: el juego.
Hay en el juego libre de los niños un constante
acontecer. Participación de todo el cuerpo que se expresa por la mímica, el
rostro, la voz, el ritmo, la emoción.
El punto justo de afinación estaba al intentar
trasladar la atmósfera del juego libre a una expresión más formal: llámese
diálogo, escena, pantomima.
Son los elementos del juego los que deben ser
analizados desde el punto de vista teatral.
En el juego de los niños, el germen es el mismo, los
elementos primigenios son los mismos: cambia “la clave”.
Así era la escuela. Los niños vivían en un ámbito
estimulador de las fuerzas internas. Estaban en el vivir cotidiano. Había
tiempo para la poesía, el dibujo, la plástica, el canto, la música, el quehacer
jubiloso y creativo. El niño se educaba para “expresarse y para realizar”.
Niños y maestros sentíamos esa atmósfera inductora. Nos hacíamos receptivos.
Hacíamos un trabajo sutil de concordancias.
El niño se expresa como un niño, con su gracia y su
verdad poética. Su gracia y su arte son extraños a su voluntad.
Primer paso: liberar
el cuerpo (no enseñar actitudes).
Segundo paso: depurar
el movimiento espontáneo (ser expresivo);
El cuerpo es un instrumento capaz de expresarlo todo.
Tercer paso: sugerir
e introducir sencillos temas de esencia teatral.
El cuerpo de un niño es una vara de mimbre. Su cara,
de una virginidad expresiva, puede alcanzar sorprendente y emocionante
lenguaje.
El lenguaje del niño es múltiple, hay que ofrecerle
los medios para que se exprese originalmente.
El arte
infantil es posible cuando la escuela conduce al niño al descubrimiento del
mundo que lo rodea y de sus relaciones de orden y armonía, cuando la autoridad
del maestro está hecha de amor y conocimiento y el niño se deja conducir por su
experiencia que lo ayuda a crecer.
La ternura
del maestro lo salva del miedo, de la timidez y de la indecisión y el arte
infantil nace con natural sencillez como un don de la gracia.
Su acción es
decisiva y cualquiera que sea la asignatura o el aspecto de la educación, el
maestro logra del niño lo mejor de sí mismo, al expresarse con sinceridad, al
descubrir la armonía y la belleza en lo cotidiano y al conducirlo insensiblemente
a niveles de expresión más altos, pero siempre verdaderos.
La
aceptación de la disciplina y la asimilación de conocimientos son consecuencias
de esa necesidad recíproca de amor y de libertad de expresión, y del logro de
ambas.
El arte
infantil es posible sin maestros de arte (la escuela actual no los posibilita)."*
*Del juego al
arte infantil.-
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